De 60 mil personas que viven en las calles de Nueva Delhi, India, varios de ellos son niños desamparados.
Alrededor de las vías del tren, en parques públicos, en malolientes estaciones de metro, en los bancos a orillas del río Yamuna o debajo de puentes peatonales se puede ver una gran cantidad de indigentes en Nueva Delhi, capital de India. Una ciudad que tiene cerca de 16 millones de habitantes, de los cuales 60 mil no tienen hogar.
En 2014, el gobierno decidió por primera vez en su historia darles la oportunidad de votar para elegir a sus representantes. Fue un hecho histórico de un país que de esa forma intentó dar muestras de inclusión y evolución política y social. Ese año fue uno de los más activos en cuanto a actividad electoral, gracias a la participación entusiasta de los nuevos votantes.
De esos 60 mil individuos que carecen de un hogar fijo, alimentación adecuada o una economía que les permita algo más que sobrevivir, hay una gran cantidad de menores de edad. El abandono, la falta de oportunidades para estudiar, una repentina orfandad o incluso padres que promuevan su vida en la calle, hacen que los niños se vean obligados a mendigar en busca de alimento.
Los departamentos de salud del gobierno indio se han visto rebasados con el correr de los años por ofrecer servicios sanitarios a los niños de la calle. Su objetivo es evitar los altos índices de muerte infantil debido a la malnutrición o por beber agua contaminada. De estas pérdidas, la gran mayoría se trata de niños que viven en aldeas sumamente pobres o en las calles de Delhi, una de las urbes más contaminadas del mundo.
Son muchos los peligros a los que estos grupos desprotegidos se tienen que enfrentar a diario: no sólo es el problema por no tener alimentos u hogar sino a los abusos físicos de los que son víctimas a manos de adultos sin escrúpulos que se aprovechan de los menores a los que se les halla mendigando en estaciones de autobuses o metro, semáforos, mercados, parques o lugares religiosos a los que acude una gran cantidad de personas.
Desde hace años, el fotógrafo freelance de origen indio, Aarabu Ahmad Sultan, se ha dedicado a registrar la vida de los niños de la calle en Delhi, así como de los vagabundos en general. Su sensible lente capta la realidad social de una nación que si bien ha crecido económicamente en los últimos diez años es vidente que sigue mostrando retrasos serios en su apoyo a los más desfavorecidos.
Su fotografía es de notable influencia periodística, pero a la vez con grandes dosis artísticas, desoladora en conjunto y significado pero necesaria para conocer la realidad de un país donde reina la desigualdad, tal y como ocurre en muchas naciones de Latinoamérica y el resto del mundo. La incapacidad de dar a la niñez soluciones ha sido una constante en varias sociedades que tienen que ver a sus niños luchar por su supervivencia.
Siempre persiguiendo la verdad, de manera permanente en busca de retratar la realidad de los menos favorecidos, Aarabu Ahmad Sultan es un fotógrafo que arriesga todo por obtener el gesto adecuado o el momento preciso para que la imagen sea natural y poderosa. Como el periodista que es sabe leer los momentos más contundentes para entregar una imagen que por sí sola cuenta un momento de la historia.
Para la presente historia, este periodista que radica en Nueva Delhi se ha internado en los rincones más apartados de una ciudad que conoce como la palma de su mano y en la que se respiran contrastes de todo tipo: a la espiritualidad de su pasado se le contrapone la pobreza absoluta; a la majestuosidad de sus palacios le hace frente la contaminación asfixiante de su aire a veces irrespirable.
Nueva Delhi es la ciudad cuyo colorido, bullicio y frenético ritmo resulta surrealista cuando contemplas a simios o vacas paseando en sus calles cono si fueran personas comunes y corrientes. En esta ciudad se filman decenas de películas al año en la exitosa industria llamada Bollywood, que cuenta con su propio star system bien cimentado, y donde impera el lujo.
Pero toda esta extravagancia resulta dolorosa cuando en una esquina, en un semáforo o en un atiborrado bazar el viajero se topa con la realidad de un niño desamparado, a la caza de una moneda que le ayude a no morir de hambre. Varios activistas que luchan a favor de esta infancia olvidada afirman que los niños son víctimas, en muchos casos, de mafias de vagabundos que los obligan a trabajar bajo sus órdenes y manteniéndolos en condiciones extremas de abusos físicos y mentales. Este sentimiento se respira en cada una de las instantáneas de Aarabu Ahmad Sultan, cuyas fotografías confirman que el mundo, la mayoría de las veces, no es justo sino despiadado.
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