miércoles, 27 de septiembre de 2017

Cómo la publicidad te puede manipular para cometer un genocidio


«Buenos días, ¿ya mataste a tu tutsi hoy? Aquí te decimos cómo hacerlo». Este era un mensaje común en la estación radial Las Mil Colinas, la cual terminó siendo apodada como "La Radio del Odio" debido a que transmitían mensajes de supremacía étnica y promovía el asesinato. Entre cada pausa recalcaban «¡Maten a esas cucarachas, maten a esas serpientes, que nadie quede vivo!» Incluso decían que los niños tutsi debían morir.

¿Por qué ocurría esto y, sobre todo, por qué la gente les hacía caso? El periodista Gaspar Velásquez, experto en el genocidio de Ruanda, explicó que la Radio las Mil Colinas consiguió persuadir a sus escuchas creyeran que sufrían de una injusta social que se remonta a épocas pasadas. Al hacer un recuento histórico, Ruanda estuvo bajo la protección de Alemania de 1899 a 1916; tras finalizar la Primera Guerra Mundial Bélgica comenzó a administrar sus bienes y territorio. Fue esta última nación quien comenzó a fragmentar las diferentes etnias del país.

 

En realidad no existe ninguna diferencia lingüística, racial o religiosa. Se trata de una división artificial que realizaron las comunidades extranjeras por simple desconocimiento de los pueblos africanos; al final, el desprecio de los hutu por los tutsi se exacerbó por la radio del odio. Esta campaña inició el 6 de abril de 1994, fecha en el que se estrelló el avión del hombre que firmado un acuerdo de paz entre ambos grupos: el presidente Juvenal Habyarimana.


En 2002 The New York Times publicó una investigación que decía: «En Ruanda, donde nadie lee la prensa, ni tiene televisión, la radio es la reina. Según declaraciones de testigos, muchos de los asesinos cantaban canciones de Simon Bikindi mientras apaleaban hasta la muerte a miles de tutsis, con machetes repartidos por el Gobierno y bates caseros tachonados de clavos».

La canción más famosa de Simon Bikindi dice lo siguiente:
¡Yo odio a estos hutus
estos hutus deshutizados que han renunciado a su identidad
que andan ciegos como imbéciles
que pueden ser conducidos a matar y que, te lo juro, matan a otros hutus!
 
 
¿Qué puede hacer la gente al escuchar esta clase de discursos las 24 horas de día? Es obvio que matar a otro individuo va en contra de la cordura humana, sin embargo, los hutus creyeron que estaban haciendo lo correcto o, al menos, lo que era ncesario. Este caso, una persuasión total de la consciencia, se ha repetido en diferentes dimensiones; un polémico ejemplo es el de Robert Oppenheimer quien construyó la bomba atómica. Él sabía que mataría a miles de personas en un segundo, pero era su deber hacerlo. Él fue manipulado por el gobierno de los Estados Unidos mientras que los hutus fueron presa de los discursos de la radio.

Viendo desde afuera la situación, sin duda es un acto impensable, pero en su cabeza era algo normal. Gran parte de la culpa recayó en Valerie Bemeriki, una de los seis locutores que trabajó en la difusión de odio étnico. Cuando acabó el genocidio, el cual cobró un aproximado de un millón de vidas, equivalente al 75 % de la población tutsi, Bemeliki fue condenada a cadena perpetua.

Hoy volteamos a ver al genocidio de Ruanda como una advertencia sobre el poder que tiene la publicidad y el mal uso que se le da.

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