lunes, 23 de octubre de 2017

¿Por qué las culturas antiguas veneraban a las serpientes?


A pesar de ser motivo de asco y temor para muchas personas alrededor del mundo, detrás de las serpientes hay una tradición religiosa que se remonta a miles de años atrás.

Si eres creyente, quizás es momento de que abandones la Iglesia y desconfíes de la supuesta bondad de Dios. Probablemente ni siquiera te has dado cuenta de ello, pero él no quería que nacieras. De hecho, la creación de la humanidad estaba completamente fuera de sus planes. Antes de que comiences a pensar que todo esto es una completa mentira, piensa en quién fue el responsable del destierro de Adán y Eva, el mismo que condujo a su creador a cubrirlos con pieles y mandarlos a poblar la Tierra con pequeñas criaturas nacidas bajo el sello del pecado, ¿lo intuyes? No tengas miedo, ese nombre que dudas en pronunciar es el correcto. No, no te sientas culpable y siéntelo en tu boca, déjalo salir: Lucifer.

               

Es extraño aceptarlo, pero la creación del hombre fue culpa del mismo Diablo convertido en una seductora serpiente. El mismo animal que durante años ha sido el causante de un sinfín de fobias y dotado de tantos significados negativos es a quien (siguiendo la línea de la tradición judeocristiana) le debemos la existencia. No obstante, bajo esos mismos preceptos nos limitamos a darle la espalda e ignorar ese carácter creador que durante siglos ha pasado desapercibido frente a la mirada de miles de personas.

              
Todavía más curioso es el hecho de que el canon bíblico no es el único que adjudica nuestra creación a una serpiente. Iniciando por los sumerios, en el Enuma Elish, texto babilónico de la creación, gran parte del origen del hombre se debe a la figura de la serpiente Tiamat, creadora del caos y gobernante del abismo. En efecto, si lo vemos desde una mirada occidentalizada no es otra cosa que una versión antigua del Diablo. No obstante, la adoración y la gloria por siempre la ha cargado el dios Marduk sobre sus hombros, al haber sido él quien partió a la diosa por la mitad.

                   

Además de las culturas que ven en la serpiente una entidad maligna y creadora del caos, hay otras que se centran en venerarlas: desde los antiguos mayas hasta la tradición hindú, este animal es eternamente adorado por sus tantos actos a favor de la humanidad. Todos conocemos, al menos superficialmente, la importancia que tanto Kukulkán como Quetzalcóatl tenían para las antiguas culturas, tanto como dios creador como la cabeza del panteón prehispánico.

                           

A esta serpiente emplumada se suman los dragones de las diferentes culturas de Oriente, criaturas inmensas que fueron creadas junto con el mundo entero; evidentemente, ellos también tuvieron que ver con el desarrollo de la raza humana. Estaban ahí cuando todos nosotros fuimos creados y aunque nuestra descendencia no está del todo ligada a ellos, se podría decir que todo indica que fueron estas serpientes celestiales quienes nos dieron las herramientas y conocimientos claves para nuestra superviviencia como la producción de fuego, herramientas para la pesca y, quizá lo más hermoso que nos ha pasado, la música.

                    

En algunas regiones de África estos animales son especialmente venerados porque, de nuevo, están estrechamente ligados al origen de la raza humana. Muchas de las historias que conforman la tradición oral retratan a los primeros humanos como figuras híbridas con cuerpo de serpientes; de esta manera, al considerarles sus ancestros, no son pocas las personas que ven en las serpientes fuentes de sabiduría y benevolencia provenientes del tiempo en el que sólo había vacío.

                           

Finalmente, las serpientes alrededor del mundo siguen retratando nuestra naturaleza que muchas veces se parte en dos, mostrando la nobleza de la que tanto se jacta la humanidad, pero también pone en evidencia nuestro origen oscuro del cual tratamos de escapar en todo momento. Después de todo, si hubiésemos nacido con un halo de perfección encima, nuestra vida no tendría tanto sentido, quedaríamos reducidos a la pomposa monotonía de quien ya no puede mejorar más; es por ello que ser producto del caos debería, en cierto sentido, ser objeto de agradecimiento más que de vergüenza.

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