En los setenta, Loret decidió hacer frente a la historia y contrató a distintos profesionales para tratar de revivir una a una las piezas de su pasado: ¿acaso era hijo de Hitler?
Un soldado austriaco está orgulloso de participar en la guerra para el Imperio Alemán, especialmente después de huir de Austria para evitar la “repugnante mezcla racial” que, consideraba, ocurría en ese territorio. Detenido por la policía austriaca y obligado a realizar su servicio militar en su país de origen, el joven resulta no apto para formar parte del Imperio austrohúngaro, obteniendo su deseada libertad para servir a Alemania.
Es 1914 y todas las piezas convergen para el inicio de la Gran Guerra, la primera que habría de transformar a Europa en menos de tres décadas. Unos meses después del inicio del conflicto armado el soldado finalmente es enviado al frente occidental, donde después de batirse heroicamente y sobrevivir al menos a dos fieras batallas habría conocido a Charlotte Lobjoie, una campesina francesa, durante un breve descanso del frente en Fournes-en-Weppes, al norte de Francia. ¿Su nombre? Adolf Hitler.
Después de una turbulenta y pasional relación, forjada entre la terquedad del alemán y la miserable condición económica de la francesa, el soldado del Regimiento de Infantería Bávaro de Reserva decide abandonar a Charlotte ante el inminente fin de la guerra. Atormentado por la estrepitosa derrota alemana y la dureza con que el Tratado de Versalles castigó a Alemania, Hitler decidió volver a su nuevo país dejando de lado el tórrido romance con Lobjoie, que apenas rozaba los 20 años de edad.
No fue hasta después de su partida que Charlotte se dio cuenta de que la relación entre ambos había germinado en su vientre. En marzo de 1918 nació Jean-Marie Loret; sin embargo, la precaria situación de la campesina la orilló a deshacerse del pequeño, quien fue criado por una pareja cercana a su hermana.
En 1936, mientras Hitler recibía los Juegos Olímpicos en Berlín mostrando al mundo la política eugenésica y de mejoramiento racial con que se conducía Alemania, Loret brillaba en el servicio militar francés, donde llegó a ocupar la posición de sargento. Algunas versiones apuntan a que Jean-Marie se unió a la resistencia francesa tras el avance del Tercer Reich. En ese instante, para el joven francoalemán la historia de su origen era confusa: sabía que era el fruto de una relación entre su madre y un soldado alemán de la Primera Guerra Mundial, pero desconocía el revés que la historia le tenía preparado.
Después de combatir en la Segunda Guerra Mundial, Loret volvió a casa y se casó alrededor de un par de veces, donde engendró al menos nueve hijos. Según el propio Jean-Marie, fue Charlotte quien le confesó la identidad de su padre poco tiempo antes de morir, una vez que terminó la guerra, en los años 50. Para entonces Hitler estaba muerto y el fascismo alemán yacía enterrado políticamente, pero aún punzante en la memoria del horror de las millones de personas que vivieron el régimen nazi y el conflicto armado en carne viva.
Sin embargo, la simple posibilidad de que su pasado se uniera íntimamente al del líder alemán atormentó su conciencia durante décadas. En los setenta, Loret decidió hacer frente a la historia y contrató a distintos profesionales para tratar de revivir una a una las piezas de su pasado: un historiador visitó con él la región francesa donde nació en busca de evidencia, mientras un especialista del Instituto de Antropología y Genética de la Universidad de Heidelberg, en Alemania, se dedicó a comparar algunas similitudes genéticas entre el Führer y Jean-Marie. Ambos llegaron a una conclusión similar: la probabilidad de que el francés fuera un hijo legítimo de Hitler era alta y no había razón alguna para desconfiar de Loret.
La polémica entre historiadores creció tras la publicación de Tu padre se llamaba Hitler(1981), un libro autobiográfico de Loret donde revela su largo andar hasta el hallazgo que atravesó por completo su existencia. A pesar de que el francés acaparó las noticias, la opinión hoy predominante por biógrafos que han estudiado la vida del Führer a detalle es que la supuesta paternidad de Hitler es muy poco probable. Jean-Marie Loret murió en 1985 y con él lo hicieron las últimas reminiscencias familiares del líder del Tercer Reich. A pesar de que no existe documento oficial que avale que se trató de un hijo legítimo de Hitler y las pruebas son confusas, cargar con el estigma de un apellido que significó intolerancia, muerte y desgracia marcó de por vida la existencia de Loret.
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