lunes, 13 de noviembre de 2017

Los sueños de Einstein, un libro que fusiona física y poesía

El siguiente cuento forma parte de la obra “Los sueños de Einstein”, libro del físico y poeta Alan Lightman, un clásico de 1992 que se convirtió en un best seller traducido a más de 30 idiomas. Se trata de una colección de cuentos de realismo fantástico inspirada por los ídolos de Lightman: Julio Cortázar, de donde proviene el aspecto insólito y poético de cada historia y, evidentemente, el científico alemán que da nombre a la obra.


Sin embargo, Albert Einstein aquí sólo es un soporte. Lo que gobierna son las ideas de Lightman. Después de todo, Einstein fue responsable por mostrarle al mundo que el tiempo es maleable y Lightman abusa, en el mejor sentido de la palabra, de este concepto.

14 de mayo de 1905: Existe un lugar donde el tiempo se detiene. Las gotas de lluvia permanecen inertes en el aire. Los péndulos de los relojes se estacionan a mitad de su ciclo. Los perros empinan sus hocicos en aullidos silenciosos. Los transeúntes se mantienen congelados en sus calles polvorientas, con las piernas erguidas como si estuvieran atadas con cuerdas. Los aromas de támaras, mangos, cilantro y comino están suspendidos en el aire.


A medida que un viajero se aproxima al lugar, viniendo de cualquier parte, camina cada vez más despacio. Sus latidos cardíacos se hacen cada vez más espaciados, su respiración se enfría, su temperatura desciende, hasta que finalmente alcanza el centro muerto y se detiene. Pues éste es el centro del tiempo. A partir de este lugar, el tiempo se distancia en círculos concéntricos – inerte en el centro, lentamente adquiriendo velocidad a una proporción que incrementa con el diámetro.

¿Quién haría una peregrinación al centro del tiempo? Padres con sus hijos, y amantes.

Y así, en el lugar donde el tiempo se detiene, pueden verse padres aferrados a sus hijos, en un abrazo petrificado que nunca dejará de ser. La bella hija de ojos azules y cabello rubio nunca dejará de esbozar la sonrisa que está haciendo, jamás perderá el brillo de sus mejillas, nunca tendrá que pasar por las arrugas ni el cansancio, nunca sufrirá heridas, nunca desechará aquello que sus padres le han enseñado, nunca entrará en contacto con el mal, jamás le dirá a sus padres que no los ama, nunca dejará su habitación con vista al mar, nunca dejará de tocar a sus padres como los toca ahora.

Allí, en el lugar donde el tiempo se detiene, pueden verse amantes besándose en las sombras de los edificios, en un abrazo petrificado que nunca dejará de ser. El amante jamás quitará los brazos de donde están ahora, jamás devolverá el brazalete de recuerdos, nunca viajará lejos de la persona amada, nunca se sacrificará exponiéndose a los peligros, nunca dejará de mostrar su amor, nunca sentirá celos, nunca se enamorará de otra persona, nunca dejará de sentir el amor que existe en ese instante en el tiempo.

Es importante tomar en cuenta que estas estatuas están iluminadas apenas por una débil luz roja, pues la luz queda reducida a casi nada en el centro del tiempo, sus vibraciones reducidas a ecos en bastos desfiladeros, su intensidad reducida al tenue brillo de las luciérnagas.

Aquellos que no se encuentran exactamente en el centro muerto, de hecho se mueven, pero al ritmo de los glaciares. Un cepillado al pelo puede demorar un año, un beso puede llevar mil años. Mientras una sonrisa es retribuida, las estaciones pasan en el mundo exterior. Mientras una niña es abrazada, se construyen puentes. Mientras una persona dice adiós, ciudades enteras se desmoronan y son olvidadas.



Y aquellos que regresan al mundo exterior… los niños crecen rápidamente, olvidan el abrazo de siglos de sus padres, que para ellos no duró más que algunos segundos. Los niños se vuelven adultos, separados de sus padres, viven en sus propias casas, desarrollan sus propias formas de hacer las cosas, sienten dolor, envejecen. Los niños maldicen a sus padres por intentar retenerlos para siempre, maldicen el tiempo por las arrugas en sus propias pieles y voces ásperas. Esos niños ahora envejecidos también quieren parar el tiempo, pero en otro momento. Quieren congelar a sus propios hijos en el centro del tiempo.

Los amantes que regresan encuentran que los amigos partieron desde hace mucho tiempo. Al final, sus vidas pasaron. Transitan por un mundo que no reconocen. Los amantes que regresan aún se abrazan en las sombras de los edificios, pero ahora sus abrazos parecen vacíos y solitarios. Pronto olvidan aquellas promesas hechas que durarían siglos, aunque para ellos duraron apenas algunos segundos. Sienten celos incluso de los extraños, se dicen cosas terribles, pierden el amor, se distancian, envejecen y se aíslan en un mundo que no reconocen.

Algunos dicen que no se debe llegar cerca del centro del tiempo. La vida es un barco de tristeza, pero es algo noble vivirla, y sin tiempo no existe vida. Otros no están de acuerdo. Prefieren vivir una eternidad de felicidad, aunque esa eternidad sea estática y petrificada, como una mariposa instalada en una redoma.
La ciencia detrás de este cuento.

Ciertamente existe un lugar donde el tiempo se congela en el centro. De hecho, existen miles de millones y los llamamos agujeros negros. Einstein mostró que entre mayor es la gravedad más lentamente pasa el tiempo. Y nada tiene más gravedad que un agujero negro. Entre más nos acercamos a uno, más tardamos en envejecer.

Esos “abrazos que duran siglos” en el cuento de Lightman solamente no son posibles porque es imposible aproximarse lo suficiente a la monstruosa gravedad de un agujero negro y vivir para contarlo. Por ejemplo, la fuerza que empuja sobre tus pies sería millones de veces mayor. Pero una cosa es cierta: esta alegoría explica precisamente las distorsiones del tiempo en las proximidades de un agujero negro.

¿Y si alguien llegara al centro del agujero negro, o al “centro del tiempo” como dice el autor? Todo el tiempo al exterior de este “lugar” se acabaría. La vida acabaría, pues las personas que llegaran hasta allá no tendrían a donde volver. La sonrisa de quien llegara ahí dentro sería la última sonrisa del universo.


Escenarios físicos y poéticos.

En un escenario el físico lleva al lector a un mundo donde el tiempo es circular. “cada beso, cada nacimiento y cada palabra se repiten con precisión. Y también así será con todos los momentos en que dos amigos dejan de ser amigos, con cada promesa no cumplida. Todas las cosas serán repetidas en el futuro”, describe el autor.


Esta idea no es puramente ficción. Después que Einstein allanó el camino para que el tiempo fuera entendido como una dimensión, como algo que posee forma, la física empezó a trabajar en la hipótesis de que quizá realmente existen dimensiones temporales “cerradas”, incluso circulares, donde el futuro siempre desemboca en un momento anterior al presente. Pocas cosas escapan tanto a la intuición como los conceptos de esta clase. Y como muy pocos, Lightman logra fabricar estas abstracciones en historias palpables.

En otro de los cuentos, nos lleva a un sitio donde el futuro es completamente invisible (y no sólo de forma parcial, como sucede aquí). Entonces es imposible hacer planes. Y cada día es como si fuera el último. “algunos se quedan paralizados, sin hacer nada. Pasan el día en la cama, despiertos pero con temor a vestirse. Otros salen de la cama por la mañana, sin preocupaciones (…). Viven cada momento, y cada momento es pleno”.

En una tercera historia nos lleva a una tierra donde los hombres viven para siempre. Desde el punto de vista de Lightman, esto no siempre es algo bueno: “con el tiempo algunos llegan a la conclusión de que la mejor forma de vivir es morir”. Y así sucesivamente, en Los sueños de Einstein, el físico se transforma en poeta.

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