Indonesia fue testigo en 1965 y 66 de una de las matanzas políticas más sanguinarias de la historia mundial.
Más de diecisiete mil islas comprenden el actual territorio de Indonesia en el que viven cerca de doscientos cincuenta millones de habitantes. Gracias a The Act of Killing y La mirada del silencio, del documentalista Joshua Oppenheimer, el mundo se enteró de lo acontecido en ese país, el cuarto más poblado del mundo, cuando en 1965 y 1966 cuando quinientas mil personas fueron asesinadas de manera sistemática por sostener una ideología contraria a la de la tiranía que deseaba hacerse con el poder de la nación.
La historia de este trágico genocidio comienza el 17 de agosto de 1945, cuando Indonesia alcanzó su independencia tras librarse del dominio holandés. Sin embargo, no fue hasta cinco años más tarde que se proclamó la República Unitaria de Indonesia, a cargo del que sería su primer presidente: el líder nacionalista Sukarno, el cual contó con el apoyo total del Partido Comunista de Indonesia (PKI) para alzarse con el poder. Este partido contaba con tres millones de militantes para 1965, siendo la organización política con mayor popularidad en todo el país. Entre sus filas se hallaban sindicatos obreros, organizaciones juveniles, de mujeres o de campesinos pobres.
Sin embargo, grupos contrarios de derecha estaban en desacuerdo con la situación imperante en el país y deseaban hacerse a toda costa con el control del mismo. Debido a ello, solicitaron el apoyo de los Estados Unidos, quien gustoso entró en acción para apoyar a la instancia militar que deseaba derrocar a Sukarno y el partido comunista de Indonesia. El secretario de Estado norteamericano John Foster Dulles declaró que «el PKI se había convertido en el principal problema en Indonesia» y que no era posible vencerle «recurriendo a los medios democráticos ordinarios».
Así fue como dio todo su apoyo a los instigadores y terratenientes indonesios para que, el 30 de septiembre de 1965, un grupo de militares irrumpiera en los hogares de seis líderes del partido más seguido en la nación asiática para asesinarlos a sangre fría. Era el inicio de un golpe de Estado y de una masacre que alcanzaría dimensiones dantescas. Los instigadores eran miembros del ala más derechista del nacionalismo indonesio, quienes contaron con el apoyo de la embajada estadounidense en Yakarta, capital de Indonesia, misma que facilitó a los asesinos la lista de nombres de los comunistas.
Su estrategia fue engañar a la población para que se creyera que habían sido los comunistas los responsables del golpe de estado y de esa manera justificar la matanza en su contra. Específicamente el 5 de octubre de 1965, bajo las órdenes del general Suharto, comenzó la persecución oficial de todos los miembros del PKI y toda persona que simpatizara con su causa. Las persecuciones, capturas, torturas y asesinatos mancharon de sangre a toda la nación. El 18 de octubre de 1965, el PKI fue oficialmente prohibido y los sindicalistas, granjeros sin tierras o grupos de intelectuales iban siendo borrados de la faz de la tierra rápidamente.
A diversos puntos de las islas fueron enviadas decenas de expediciones de soldados y milicias religiosas musulmanas, católicas y protestantes con la orden de exterminar a los comunistas. Incluso los documentos actuales que relatan el caso hablan de la creación de campos de concentración, a la usanza nazi, donde fueron encerrados los perseguidos. Éstos eran transportados a los lugares mencionados para ser ejecutados por escuadrones de la muerte perfectamente coordinados. Era tanta su crueldad que se dice que obligaban a los prisioneros a cavar sus propias tumbas antes de ser acribillados o degollados. Antes de ello eran obligados a trabajar en la construcción de carreteras o en campos de cultivo siempre en condiciones infrahumanas.
Pemuda Pancasila, la más siniestra de todas las organizaciones paramilitares, fue la principal fuerza que sometió a los comunistas bajo su yugo. Uno de sus miembros más enfermos fue Anwar Congo, responsable directamente de la tortura y muerte de más de tres mil personas. Este oscuro personaje forma parte del ya mencionado documental The Act of Killing, en el que narra con lujo de detalles y de manera por demás cínica la manera en que ejecutaba a sus víctimas y la inspiración que para ello encontraba en las cintas de gángsteres que veía en su juventud.
«Al principio los apaleábamos hasta la muerte, pero había muchísima sangre (...). Cuando limpiábamos, el olor era terrible», relata Congo. Reclutado por el ejército que dio el golpe de estado al saber que despreciaba con ferocidad a los comunistas, fue un miembro valioso que en el presente es tratado con honores y respeto en su país, sumido en una dictadura y corrupción de los que no ha podido sacudirse.
La periodista Chris Kline, en un artículo escrito para el diario The Independent, habló así acerca de este personaje en el momento de su fallecimiento ocurrido en 2008: «El hombre que acaba de morir en Yakarta es uno de los mayores asesinos en masa del siglo XX, pero nunca fue acusado por el Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra de La Haya. A través de los años, Suharto recibió todo el armamento que sus militares brutales deseaban. Gran Bretaña le vendió vehículos blindados Scorpion y todo tipo de transportes después de una "evaluación exhaustiva" de que no serían utilizados para la "represión interna"».
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