El Amazonas es uno de los misterios más grandes del mundo. Desde tiempos inmemorables, los habitantes de estas zonas tenían la peculiaridad de comer carne humana. Para las ideologías cristianas, por ejemplo, devorar al prójimo es una de las más grandes injurias, pero para estas comunidades es una necesidad cultural y religiosa. Los caníbales del Amazonas se alimentaban de sus enemigos para absorber sus fuerzas y conocimientos. De esta manera, se pensaba, podían conocer sus tácticas de guerra y emplearlas a su favor.
Cuando llegaron los primeros conquistadores de América se horrorizaron ante semejante espectáculo. Sin comprender el significado de estos ritos, trataron de acabar con cualquier muestra de salvajismo y, de paso, dominar las tierras. Lo que siguió fue el curso inevitable de la historia: la conquista y la opresión de las sociedades europeas. Sin embargo, existió un grupo que combatió a los extranjeros con tácticas primitivas pero mortales.
Los Jíbaros eran calificados como una de las tribus más feroces del Amazonas. A simple vista eran hombres de mediana estatura y de extrema delgadez, pero cuando una persona se descuidaba eran atacados con una cerbatana y dardos envenenados con curare. Una vez que la víctima moría, los Jíbaros iniciaban con el procedimiento para reducir las cabezas. ¿Cómo era este proceso?
Primero hacían un gran corte en el cuello de la víctima; al jalar la piel el cráneo se desprendía del cuerpo. Después había que meter la cabeza en un brebaje hirviendo de jugo de lianas y otras hojas, de esta forma el cabello permanecía intacto pero el rostro comenzaba un proceso de reducción. La dejaban secar y la exponían al humo para terminar de curtirla.
«El propósito de la reducción no era destruir al espíritu sino esclavizarlo», comentó Tobias Houlton, antropólogo de la Universidad Witwatersrand en Sudáfrica. «Ellos creían que el espíritu continuaba viviendo dentro de la cabeza, pero ahora trabajaba en beneficio del vencedor». Esta es la razón por la que los Jíbaros usaban las cabezas reducidas como un talismán o amuleto y los llamaban chanca o tsantsa. Estas cabezas momificadas también eran colocadas fuera de los hogares con el fin de neutralizar las energías negativas y las enfermedades. Los sacerdotes las usaban para aumentar sus poderes mágicos.
Actualmente, estas cabezas reducidas se han convertido en una pieza exótica que es codiciada por coleccionistas de todo el mundo. Se vendían a tan buen precio en el mercado negro que comerciantes blancos comenzaron a viajar a tierras amazónicas con tal de aprender el proceso de momificación por sí mismos. Ahora ellos, los extranjeros, eran quienes aterrorizaban a viajeros e incluso cometían asesinatos para probar la técnica de las cabezas encogidas.
La fama de los Jíbaros se extendió por todo el mundo, aunque muchas de las cabezas encogidas que circulaban en el mercado no eran producidas por ellos. Una medida para detener la fiebre por las tsantsa llegó desde las autoridades eclesiásticas, quienes amenazaron con excomulgar a los comerciantes, cazadores o cualquier persona que tuviera en su poder uno de estos amuletos, que terminaron calificándose como endemoniados.
Cuando llegaron los primeros conquistadores de América se horrorizaron ante semejante espectáculo. Sin comprender el significado de estos ritos, trataron de acabar con cualquier muestra de salvajismo y, de paso, dominar las tierras. Lo que siguió fue el curso inevitable de la historia: la conquista y la opresión de las sociedades europeas. Sin embargo, existió un grupo que combatió a los extranjeros con tácticas primitivas pero mortales.
Los Jíbaros eran calificados como una de las tribus más feroces del Amazonas. A simple vista eran hombres de mediana estatura y de extrema delgadez, pero cuando una persona se descuidaba eran atacados con una cerbatana y dardos envenenados con curare. Una vez que la víctima moría, los Jíbaros iniciaban con el procedimiento para reducir las cabezas. ¿Cómo era este proceso?
Primero hacían un gran corte en el cuello de la víctima; al jalar la piel el cráneo se desprendía del cuerpo. Después había que meter la cabeza en un brebaje hirviendo de jugo de lianas y otras hojas, de esta forma el cabello permanecía intacto pero el rostro comenzaba un proceso de reducción. La dejaban secar y la exponían al humo para terminar de curtirla.
«El propósito de la reducción no era destruir al espíritu sino esclavizarlo», comentó Tobias Houlton, antropólogo de la Universidad Witwatersrand en Sudáfrica. «Ellos creían que el espíritu continuaba viviendo dentro de la cabeza, pero ahora trabajaba en beneficio del vencedor». Esta es la razón por la que los Jíbaros usaban las cabezas reducidas como un talismán o amuleto y los llamaban chanca o tsantsa. Estas cabezas momificadas también eran colocadas fuera de los hogares con el fin de neutralizar las energías negativas y las enfermedades. Los sacerdotes las usaban para aumentar sus poderes mágicos.
Actualmente, estas cabezas reducidas se han convertido en una pieza exótica que es codiciada por coleccionistas de todo el mundo. Se vendían a tan buen precio en el mercado negro que comerciantes blancos comenzaron a viajar a tierras amazónicas con tal de aprender el proceso de momificación por sí mismos. Ahora ellos, los extranjeros, eran quienes aterrorizaban a viajeros e incluso cometían asesinatos para probar la técnica de las cabezas encogidas.
La fama de los Jíbaros se extendió por todo el mundo, aunque muchas de las cabezas encogidas que circulaban en el mercado no eran producidas por ellos. Una medida para detener la fiebre por las tsantsa llegó desde las autoridades eclesiásticas, quienes amenazaron con excomulgar a los comerciantes, cazadores o cualquier persona que tuviera en su poder uno de estos amuletos, que terminaron calificándose como endemoniados.