Pensar en la tradición cinematográfica en Estados Unidos sin la presencia del western es desplazar toda una ventana de conocimiento hacia algunas costumbres de las comunidades indígenas de ese país. Cintas como A Men Called Horse, de 1970 ,pusieron en evidencia —con algunas exageraciones de por medio— las costumbres de las comunidades Sioux de la primera mitad del siglo XIX. Una de estas y que sin duda marca uno de los elementos claves en el filme es el ritual al que se somete una viuda que pierde a su único hijo durante una batalla.
La pérdida de un hijo en batalla era considerada una especie de muerte lenta. Cuando una mujer se veía en esta situación, lo único que le quedaba era ver cómo las otras madres de la tribu se apropiaban de sus pertenencias y la abandonaban a la intemperie a que esperase hambrienta el invierno. Era casi como un proceso darwiniano en donde la menos apta para la vida tenía que desaparecer para abrirle paso a quienes eran consideradas (por decirlo de alguna manera) más fuertes.
Aunque este ritual funerario es retomado de un contexto más o menos cercano, al otro lado del océano tienen lugar practicas similares donde quien sufre una pérdida tiene que morir para acompañar a su ser querido en su viaje hacia el más allá. En la India medieval existía un ritual funerario en el que las viudas, especialmente las de militares y miembros de la realeza, tenían que someterse a una situación de suicidio obligatorio con el único fin de estar con su marido incluso en la muerte.
Ligado a la costumbre hindú de incinerar a sus muertos, el ritual conocido como Sati incita a las viudas a lanzarse a la pira funeraria de su marido para acompañarlo incluso en su muerte como una muestra de la eterna devoción que se habían jurado el día de su boda. Si bien para muchos dicha práctica es una muestra innegable del amor que puede existir entre dos personas, la realidad detrás de todo ello quedó plasmada en ilustraciones y grabados que fueron apareciendo desde el siglo IV cuando el Sati ganó popularidad. En estas imágenes puede verse la desesperación de las mujeres que, a veces atadas, trataban de escapar de su suplicio.
A pesar de que el 4 de diciembre de 1829, el gobernador de la India, William Betick prohibió el Sati como una práctica habitual, algunas personas lo siguieron realizando clandestinamente; el último documentado proviene de 2008. Aún cuando las mujeres ya no son condenadas a morir en la hoguera, algunas viudas en la India tienen que llevar sobre sus espaldas el hecho de ser fuertemente estigmatizadas. Mientras los hombres pueden volverse a casar, ellas son obligadas a vestir con velos blancos llamados saris y a rapar sus cabezas, el rechazo que les persigue es tal que en algunas comunidades su presencia es considerada un mal augurio.
La idealización de esta práctica como una muestra inconfundible del amor entre dos personas provocó que pocos la vieran como un verdadero problema de violencia en contra de las mujeres que, consideradas casi como la propiedad de sus maridos, tenían que soportar esta práctica para que, a pesar de estar muertas, su lugar dentro de la sociedad fuera respetado.
La idealización de esta práctica como una muestra inconfundible del amor entre dos personas provocó que pocos la vieran como un verdadero problema de violencia en contra de las mujeres que, consideradas casi como la propiedad de sus maridos, tenían que soportar esta práctica para que, a pesar de estar muertas, su lugar dentro de la sociedad fuera respetado.
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