sábado, 4 de noviembre de 2017

Capacocha: el ritual en que los incas sacrificaban niños después de drogarlos



Probablemente no exista trabajo más complicado en el Universo que el de un Dios. El ser humano ha realizado exitosos experimentos en los que trata de emular las funciones básicas de estos seres; sin embargo, hay algo que hasta el momento nadie ha sido capaz de hacer: mantener el orden entero del cosmos. Gracias a su calidad de seres omnipotentes, las deidades concebidas por cada cultura alrededor del globo tienen diferentes maneras de realizar esta labor que, sin exagerar, implica un esfuerzo titánico y todo sólo para proteger a su creación más preciada: la humanidad.

Aún cuando los humanos han demostrado ser una de las bestias más torpes sobre la Tierra, no hay deidad que no interceda por ellos y es que son estos seres quienes conciben la existencia de cada ente que rige el Universo. Por medio de oraciones que podrían extenderse por horas, como las de los budistas e hindúes, y rituales tan sangrientos como los realizados por las culturas precolombinas, cualquier cosa que pueda hacer el hombre para mantener vivos y contentos a sus dioses será bien compensado; no con riquezas o una salud sobrenatural, apenas basta una vida en paz para saber que alguien en algún lugar ha tenido a bien recibir sus plegarias.



Esta particular conducta era bien conocida por los diferentes pueblos incas de la región andina de América del Sur, personas para las que pocas cosas eran tan importantes como asegurar la felicidad y estabilidad de los dioses, con el único fin de que no fueran los hombres quienes sufrieran las consecuencias de su malestar. Para conocer el estado de ánimo de sus protectores, estos indígenas interpretaban diferentes sucesos como señales divinas; la muerte de un emperador o desastres naturales eran anuncios inconfundibles de un desequilibrio en el orden del Universo, mismo que debía ser compensado inmediatamente por el bien de su pueblo.

¿Cómo podría un simple mortal frenar una hecatombe de esta naturaleza que además había sido ordenada por los mismos dioses?


Sólo había una manera: complacerlos a través de los niños, mismos que, gracias a su pureza, eran los únicos capaces de ver a sus creadores a los ojos. De todas las direcciones del Imperio inca, llegaban al Cuzco niños y niñas destinados al ritual capacocha, un sacrificio que tenía como fin único satisfacer a las entidades divinas, especialmente a los dios del sol y del rayo.

Meses antes del sacrificio, los niños eran sometidos a dosis diarias de alcohol y hojas de coca, lo cual los mantenía en un aparente estado de paz debido a la intoxicación provocada por estas sustancias. Una vez listos para enfrentarse a su destino, los infantes eran conducidos en línea recta hasta los adoratorios que se encontraban en diferentes puntos de la cordillera de los Andes. Allí, entre frío y alucinaciones, los niños esperaban pacientes la muerte que los acercaría a los dioses para pedir por el bienestar de su pueblo.



Hasta el momento los restos mejor conservados del capacocha pertenecen a tres niños sacrificados hace poco más de 500 años, sus momias encontradas en en volcán Llullaillaco, Argentina, dejan ver el especial cuidado que los incas ponían en estos infantes. Por ejemplo, la más famosa de las momias, conocida como "La Doncella", es una hermosa adolescente a quien incluso le arreglaron el cabello para que estuviese presentable a la hora de su muerte. Las otras dos momias pertenecientes a niños de entre 4 y 7 años, también sugieren que no cualquiera era escogido para este sacrificio, sino que sólo aquellos que contaban con una belleza incomparable podían ascender hacia los adoratorios.

Gracias a que ninguno de los cuerpos presenta marcas de violencia y debido a las finas prendas y adornos con las que iban ataviados, es posible asegurar que los niños destinados para el capacocha, más que como una ofrenda, eran vistos como verdaderos héroes cuyo designio era interceder por su pueblo ante los dioses. Como un intento inca de mantener el orden cósmico y contar con las bendiciones de los dioses estos niños llegaban para recordarles su labor protectora y amor hacia su pueblo.

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