Tomaban un energetizante de estiércol: Por ejemplo, podríamos comenzar con el hecho de que a falta de bandas curativas o estimulantes más efectivos que el café, los romanos preparaban un emplasto de estiércol de cabra que servía como sanador natural y una bebida que consumían cuando estaban realmente exhaustos.
Vomitaban para seguir comiendo: Este dato no es del todo nuevo. Todo aquel que haya leído a Séneca recordará que incluso existía una habitación especial para esto –el vomitorium–; y resulta que no era una ficción, de verdad era una costumbre vomitar durante un banquete para poder continuar con la degustación hasta el hartazgo.
Fueron los primeros en insultar con sus genitales: Ese acto tan europeo de bajarse los pantalones y exponer las nalgas o sus genitales en son de protesta, burla u ofensa, sí, fue popularizada por el ejército romano para enfurecer a los judíos contrarios de Jerusalén.
Creían en la protección del pene: En forma de collares, amuletos y cualquier otro tipo de colguije que pudieran usar o dejar en casa, los penes eran objeto de adoración y fe en la Antigua Roma. De acuerdo con viejos escritos, el tener la imagen de un pene en casa o como accesorio de vestimenta era un llamado a la buena fortuna.
Pompeya estaba adornada con dibujos obscenos: Siguiendo de cerca los hallazgos arqueológicos en esta ciudad sepultada por un volcán, podemos observar el gran culto que tenían los romanos de esa zona por la prostitución, el libertinaje, los placeres, la mítica lujuriosa y los diversos caminos del amor.
Las mujeres se untaban sudor de gladiador para cuidar su piel: El destino de los perdedores era, obviamente, la muerte; sin embargo, el de los ganadores tenía que ver absolutamente con el honor y la fuerza viril. Por ello, no resulta extraño enterarnos que los residuos de ese aceite que se frotaban los competidores y se impregnaba de su sudor, era después recolectado como una codiciada crema entre el pueblo femenino para fines de belleza y placer sexual.
La sangre de los gladiadores era medicinal: O eso pensaban. Aparentemente, los romanos creían que esta sangre tenía el poder de curar la epilepsia y por eso la recolectaban después de una batalla; los ciudadanos más salvajes, cuentan, extirpaban los hígados de los contendientes y los comían crudos.
Morían por explosiones de metano: De acuerdo con registros acerca de sus medios sanitarios, hoy se sabe que en sus baños se corría el riesgo de morir tras una inesperada explosión. Nada fuera de lo común a decir verdad, aunque en su momento es obvio que ellos no pudieron preverlo: la colección de metano en las fosas sin mucha posibilidad de escape hacía que los gases allí guardados tarde o temprano estallaran y le quitaran la vida a alguien que sólo necesitaba liberar su cuerpo.
Compartían una esponja para limpiarse el trasero: Sí. A pesar de sus grandes avances tecnológicos en cuanto a sistema de aguas y construcción de espacios compartidos, los romanos fallaron en un caso extremadamente especial. El de los baños públicos. Un sitio al que asistían centenas de personas al día, pero al parecer sólo contaba con una esponja para cada tanto de usuarios y con la cual cada asistente se limpiaba tras defecar.
Se limpiaban sus dientes con orina: Además de darle otros usos a la orina (detergente o medicina), en algunas áreas de Roma la gente utilizaba la orina como un enjuague bucal que se afirmaban era un recurso natural para mantener una dentadura blanca y brillante.
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