Si el radio de la Tierra se multiplicara por dos, pasando de algo más de 6.000 km a 12.000, manteniendo su composición, nuestro planeta vería incrementada su masa en 8 veces y la fuerza de la gravedad se multiplicaría por dos. ¿Cómo nos afectaría?
Evidentemente que bastante. Y por un motivo bien sencillo: la altura y el tamaño de los seres vivos la determina la gravedad del planeta. Por poner un ejemplo, ¿podrían existir en la Tierra los gigantes de los cuentos, un ser humano con las mismas proporciones que los nuestros pero diez o cien veces mayor? No, y eso ya lo sabía Galileo: la Naturaleza no puede hacer crecer un árbol ni construir un animal por encima de cierto tamaño conservando, a la vez, las proporciones, y empleando los mismos materiales.
La única forma de solucionar el problema es cambiar las proporciones relativas porque, según descubrió Arquímedes, si aumentamos de tamaño un sólido cualquiera, su superficie aumentará proporcionalmente al cuadrado de sus dimensiones (largo, ancho y alto) y su volumen, al cubo. Dicho de otro modo, si multiplicamos por dos nuestro tamaño, la superficie total de su piel aumentará cuatro veces y su volumen, ocho.
A este problema unamos otro de no menor calado: moverse por el planeta. A mayor gravedad, mayor sensación de peso. Eso implica que si los seres humanos hubiéramos aparecido en un planeta con el doble de gravedad que la de la Tierra nuestros huesos deberían ser más gruesos para sostener el peso del cuerpo. Pero eso juega contra nosotros, porque si son mayores, su masa será mayor y, por tanto, seremos más pesados. Por ende, nuestro sistema muscular debería ser verdaderamente potente para poder movernos, lo que implica también más masa. Luego, en lugares de alta gravedad, no queda más remedio que reducir el tamaño si queremos sobrevivir: seríamos más bajitos y rechonchos.
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